Cuando pasás muchas horas en una o
varias salas de espera tenés tiempo de observar a las otras madres que están
ahí con sus productitos (y a veces con algún marido con cara de estar pasándola
mal). Lo que diferencia la sala de espera del pediatra (de cabecera o
Especialista) de la de cualquier otro médico es que no te queda otra que
interactuar. No tenés chance de enfrascarte en tu libro, ni siquiera de hojear
la Caras, jugar al Candy Crush, o
cualquier otra actividad de introspección, porque tenés a cargo un
pequeño remolino que no te lo va a permitir por los próximos 20 años. Además como ya comentamos, parece que un
hecho tan común como ser padre, y tan azaroso como tener al mismo pediatra, te
convierte en almas gemelas con todos los otros progenitores que están ahí, y
TENÉS que charlar. Para quienes no son(mos) sociables por naturaleza esto es un
penalazo, pero queda feísimo que alguien te diga “qué linda tu neeeeena ¿cuánto
tiene?”y vos no le respondas “y el tuuuuuuyo es un amoooor”; así que te metés de
cabeza en toda una sociabilización forzada con la gente del consultorio.
Obligás a tu nene a compartir los juguetes y hasta alguna galletita con el hijo
de la mina que llegó dos segundos antes que vos y te cagó el turno; lo defendés
disimuladamente de los manotazos del delincuente juvenil hijo de la boluda esa
que está hablando por teléfono; lo obligás a no pisar a la nena que está allá,
etc.
Pero me fui por las ramas, lo que
quería comentar es que fruto de toda esa sociabilización obligada y de rejunte,
terminás detectando casi a primera vista a qué categoría de madre pertenece
cada una. Aquí una corta visita guiada para conocer la fauna autóctona de las
salas de espera.
1.
La superada todo
bien. Esta madre transmite que está a
cargo de la situación. Nunca se pasa 10 minutos buscando la credencial de sus
retoños porque siempre sabe exactamente dónde la puso. No tiene lista de
preguntas porque se acuerda todo de memoria. No se marea con las explicaciones
del pediatra y el chico se porta moderadamente bien. Tiene clarísimos los
síntomas y casi siempre le pega, sabe perfectamente contra qué bichos es “La
Séxtuple”, y nunca se olvida cuántas gotitas de cada cosa hay que dar para qué
y cada cuántas horas.
2.
La superada todo
mal. Es lo contrario de la anterior. En
este caso la situación la controla a ella. Llega con 2 o 3 pibes con uniforme
de colegio privado de la zona, mira alrededor todo el tiempo para asegurarse
que no se le perdió uno, grita, se le caen las camperas, le trata de dar a la
secretaria la credencial del Colegio de Abogados en lugar de la de OSDE, y en
resumen, se nota que le falta la mucama. Generalmente no hay un padre a la
vista, pero sabemos que existe porque cuando uno de sus indios la emprende a
patadas contra otro sólo atina a chillar “le voy a contar a tu padre”,
demostrando que no tiene la menor chance de ejercer un gramo de autoridad. He
escuchado especímenes de esta categoría amenazando a sus malcriados hijos con
castigos tan demenciales como “te voy a sacar la PS3” (PS es Playstation, aunque
suene a vacuna).
3.
La iluminada. En su mundo todo es armonía. Le dio la teta a sus
hijos hasta los 3 años, va al homeópata, y siempre tiene una sonrisa beatífica
en la cara que te hace pensar que se fumó algo antes de entrar al consultorio.
Es frecuente verla sentada en el piso como indio, contándole un cuento a su
iluminado hijo y si tenés un poco de suerte, al no iluminado tuyo. Igual no te
la cruzás demasiado porque no suele ir en los mismos horarios que vos, que le
rogás a la secretaria que por favor, por favor, por favor te dé el último turno
e igual llegás con la lengua afuera, el chico sin pañal de repuesto y puteando
por el tráfico.
4.
La divina. La odiamos. Es la auténtica mami argentina for
export que sólo existe en las revistas de la pelu, y aparentemente en el
consultorio de EL, para recordarte que esos 8 kilosque te quedaron del embarazo
ya son 10 desde que dejaste de dar la teta y no de entrarle al bizcochuelo con
dulce de leche. Por algún misterioso motivo El la atiende media hora mientras
que a vos te despacha en 10 minutitos. Ya dije que la odiamos?
5.
La copada buena
onda. Es la que todas queremos ser. Es
tan simpática que es a la única que la secretaria no la mira con cara de culo
cuando llega tarde. Llega y le dá un beso a todo el mundo, convida galletitas,
se acuerda el nombre de tu hijo (probablemente porque en la última consulta en
la que te la cruzaste te escuchó gritarle “Juan Martín Martinez Lavalle, dejá
eso o te revientoooo”). Tampoco nos las bancamos mucho, porque él la recibe con
una sonrisa que parece sincera, no como a nosotras que pone cara de
“uydiosotravezestaloca” cuando nos vislumbra.
6.
La desquiciada. Es la que en realidad somos la mayoría. Llegás con
lo justo, con una mano sostenés al borrego de dos años que patalea en busca de
libertad, con la otra cargás la cartera en la que revolvés infructuosamente en
busca de la credencial que obviamente quedó en la billetera de tu marido o en
la mesita del living (decí que te pasó tantas veces que ya te anotaste el
número en el celular), y con la pera le sostenés la cabeza al bebé que tenés
colgado en la mochilita; cuando EL te atiende, intentás contener a tu monstruo
para que no destruya el consultorio mientras te esforzás por entender qué te
está diciendo sobre el próximo estudio que hay que hacerle y te resignás a no
acordarte ninguna de las preguntas qué querías hacerle. Generalmente te olvidás
algo en el consultorio y te vas con una criatura llorando y la otra a medio
vestir porque te dá cosa hacerle esperar a EL mientras vos hacés judo con ella
para volver a ponerle las medias.
7.
La perfecta. Impecable. Llega 5 minutos antes de su horario con
su hijito rubio sentado muy circunspecto en su cochecito importado sin manchas
de galletita; tiene las uñas pintadas del color de moda y la planchita hecha.
No necesariamente es linda, pero se le nota el gimnasio. Camina sobre sus
plataformas sin riesgo aparente de romperse un tobillo, y su maquillaje está
impoluto aunque sean las 7 de la tarde. Obviamente su hijo es el que mejor se
porta en todo el consultorio, dice por favor y gracias y no gatea aullando por
los pasillos como el tuyo. También la odiamos, pero menos, porque seguro que el
psicólogo le va a salir más caro que a vos.
8.
La hecha mierda. Es lo contrario de la anterior. Es la puérpera eterna.
Va en calzas y tiene las raíces crecidas. Obviamente sigue pareciendo
embarazada. Al pibe lo lleva con piyama con patas aunque tengas 2 años. Tiene
permanente cara de cansada. Te deprime un poco, pero te reconcilia con vos
misma. Además, EL la atiende menos tiempo que a vos y eso te sube un poco la
autoestima.
9.
La hipocondriaca
transitiva. Su hijo siempre tiene algo
gravísimo. Pide que la atiendan antes aunque llegó última porque pobrecito
seguro tiene una eruptiva. Lo llama a EL 48 veces por semana, cada vez que el
pobre pibe estornuda, tiene un grano, o un ataque de hipo. También era la
embarazada que se leía todo lo que podía salir mal y aprendió en el cuarto mes
qué significaba preclampsia. Es la típica calientaconsultorios, porque cuando
sale ella y te toca a vos, que estás esperando verlo hace un mes, el buen
hombre no quiere más lola y te echa Flit en 3 minutos por más civilizada que
vos te hayas entrenado para ser.
10. La bipolar. Esta saca de quicio al pediatra más zen. Es la que lo llama el domingo
a la hora de la siesta porque a su tesorito lo picó una hormiga colorada; pero
después lo lleva en el auto sin sillita y a upa de la abuela porque total es
acá cerquita. Puede armar un escándalo por la insignificancia más
insignificante, pero se le pasa 7 meses la fecha de las vacunas.
11. La que se tomó un Agarompa. En toda sala de espera que se precie hay una de estas. Puede ser
porque de verdad se clavó algo, o simplemente porque está más allá del bien,
del mal y de las normas de convivencia. Permanece inmutable mirando el
horizonte si su hijo se cae, se levanta, pierde un zapato por el camino, vomita
en el ascensor, pega, se le caen los mocos, le afana las galletitas al tuyo o
le tira de la cola a un rottwailer. La envidiamos y hasta un poco le tememos.