martes, 19 de marzo de 2013

Comienzo hot. Por Mami.




“Su atención por favor, un pasajero necesita asistencia médica; si se encuentra un médico a bordo, le solicitamos contactarse con el personal de cabina”. 
Así empezaron mis vacaciones.
El pasajero que necesitaba asistencia médica a la 4 de la mañana y en pleno vuelo era, por supuesto, mi hija, que paradójicamente, vo-la-ba de fiebre que el antitérmico no lograba bajar.
Detengámonos un minuto en la parte en la que le estábamos dando Paracetamol y no Ibuprofeno, porque mi marido juraba que “en la mochila no está, no estaaaa, te lo olvidasteeee”. Y como yo no me podía mover, atrapada debajo de la beba, que chivaba como un defensor de Excursionistas, y trabada por el señor de la derecha, que roncaba como un idem; confié ingenuamente en que mi media naranja, si pudo hacer un master en USA, podía localizar un frasquito de Ibuprofeno tamaño apto para aviones (que EL me había dado “por las dudas” esa misma tarde) en una mochila –su mochila. El frasquito, previsiblemente, estaba donde yo le decía que lo había puesto, pero de eso no me enteré hasta varias horas más tarde; así que sigamos por la parte en la que 2 abnegados profesionales de la salud, con cara de dormidos (un Pediatra, gracias a todos los santos, y un oftalmólogo, que no servía para mucho pero daba apoyo moral), llegaron al rescate.
El tipo me puso cara de “si pensás bajarle los 39 grados y medio con Paracetamol te deseo suerte” y se lanzó a la búsqueda de ibuprofeno líquido, que por supuesto nadie tenía, a pesar de que en el avión había más chiquitos que adultos. Finalmente luego de una búsqueda exhaustiva (recordemos que era una indecente hora de la madrugada y estábamos a varios miles de pies de altura), alguien tuvo la brillante idea de pinchar una cápsula blanda de Ibuprofeno (esas de las propagandas en las que hay deportistas musculosos, no bebés), y darle con una cucharita a ver qué onda.
Le bajó un poco, le volvió a subir, le bajó, le subió, y cuando llegamos estaba de nuevo en más de 39. Temiendo que nos deportaran por ingresar al país alguna pandemia, logramos pasar migraciones poniendo cara de inocentes, y recuperar el equipaje que contenía la salvación: el antibiótico que EL también me había dado, también por las dudas, también esa misma tarde.  Porque resulta que la pioja, ya que tenía pensado enfermarse en vacaciones, por lo menos tuvo la delicadeza de despertarse esa misma mañana con 37.4 y permitirme hacer una escapadita preventiva al consultorio, que es el programa que todos queremos hacer el día que nos estamos yendo de vacaciones, sobre todo si no tenemos las valijas listas. No me envidien.
Si algo aprendí en este año y medio que llevo de madre es que los chicos, si lo que tienen no es grave, se recuperan muy rápido. Lo que a mí me lleva una semana de sentirme para el culo,  a mi hija le toma 3 horas de siesta (claro, ella no está aparte corriendo atrás de nadie, ni cambiando pañales, ni bancándose a mi jefe, en definitiva no tiene mucho más que hacer aparte de combatir al virus o bacteria que la molestaba).  Cuestión que entre el antibiótico, el ibuprofeno milagrosamente hallado en la misma mochila donde unas horas antes no estaabaaaaaaa, y algunos pufs de Ventolín (sí,  pintó darle también Ventolín ¿y qué?, si la piba me empezaba con broncoespasmo antes que yo pudiera darme una ducha, me ponía a llorar ahí mismo. Y no le encajé también reliverán y sales de rehidratación porque me frenaron); la fiebre empezó a bajar y no volvió a subir y todo siguió su curso normal. Y mi tesorito volvió a romper los quinotos duro y parejo, saludablemente, el resto de las vacaciones…


martes, 5 de marzo de 2013

Vacaciones. ¿Un merecido descanso? Por EL.



Para mi, estas vacaciones fueron especiales, tristemente especiales, por lo inentendible de ciertas cosas de la vida.
Inexplicablemente la playa estaba llena de mariposas, como nunca antes; nos seguían a donde fuéramos o creíamos que así era. Sumando color y movimiento a una de las puestas de sol más increíbles que ví en mi vida. Siempre buscando el destello de luz verde, cuando se esconde febo; en busca de la garantía de la felicidad eterna. Sólo por imaginártelo o por un efecto óptico, qué fácil, qué bueno!
Disfrutar de los atardeceres, de los colores del cielo, de la charla (mate por medio), de la felicidad (sin rosca) de los chicos. Es increíble, con que poco sos tan feliz. ¿Poco? Es el placer de las pequeñas cosas. En vacaciones, podés sacarte de encima, todos los temas que te atosigan durante el año (o te olvidás de a ratos), te permitís levantar la mirada, y disfrutar del efecto del viento en un árbol. O mirar el horizonte. Obvio el enviroment colabora. ¡La naturaleza!
Ver a mi hijo mayor, pelear con las olas o bajar un médano con su tabla. La chiquita jugar con la arena o correr locamente a la orilla, 200 veces por día (lo que implica que yo también lo hice, como su guardaespalda); o comer galletitas llenas de arena (¿cómo hacen, no les molesta?).
Las consultas playeras, esta vez, se limitaron a:
-¿Qué le pongo para esta picadura?
-Se le hinchó un ojo, ¿es grave?
-¿Por qué no pueden comer carne picada los bebés, y el asado no hace falta que esté duro como una zapatilla?
-¿Qué pensás del protector solar en aerosol?
-¿Cuál es tu opinión del protector contra aguavivas?
-Una amiga de mi mujer, la llamó porque la beba tenía mucha fiebre, para ver qué pensaba yo o sea EL. ¿Y yo qué podía decir? ¿Seré la reencarnación de Sai Baba y todavía no me enteré?
Y ya que estamos todos, poné los ñoquis. Mi chiquita clavó 39 sostenido durante varias horas, sin respuesta a los antitérmicos, con lo cual yo ya me veía el peor panorama, sepsis, meningitis, etc, etc. Tres días seguidos de fiebre, sin un mísero moco. Ay, mi deus! Lejos de casa y de la medicina a la cual estoy acostumbrado. ¿Qué hago? ¿Me tomo un avión y me vuelvo a Buenos Aires? Por suerte para contrarrestar mi locura, está mi mujer, también médica (¡otra especialidad, por suerte para la economía del hogar, Je!), pero mucho más tranquila (el yin y el yan). Empecé por lo más básico, ir a la guardia con un frasquito de orina, ya recolectado. Al vernos entrar al consultorio la Pediatra, sonrió y nos dijo ¿ya juntaron el pis? Tras la explicación necesaria (padre Pediatra), se dio cuenta que no estábamos tan chiflados, y coincidió con mi decisión. ¡Menos mal!
Y finalmente era, como no podía ser de otro modo, la Sexta. Ufffffffff! Volver al disfrute de las vacaciones.
Mirando el horizonte, en un momento que el resto de la flía estaba en algún otro menester, viviendo una tranquilidad que me transportó a un estado zen, empecé a sentir como un alivio, mis pies se levantaron del suelo (arena), y empecé a comprender algo de las vacaciones. Siendo sintético, sin delirar demasiado, y ahorrándonos que mis hijos son lo que más quiero y me importa en la vida, no podemos disimular que estar a cargo de ellos 24hs, por lo que duran las vacaciones, es por lo menos una tarea titánica. Al punto que uno se plantea si es un verdadero descanso. En el momento de la vuelta al laburo, no sabés si estás triste o contento; y fácilmente podemos enunciar los “por qué”, de cada sensación. Pero en mi estado de elevación, me pareció escuchar lo que pensaban mis pequeños: “no los aguanto más”, “¿cuándo me los saco de encima?”, “¡que hincha pelotas que son!”, “prefiero estar en las escuela, antes que bancarme a estos densos”. Y con este estado de iluminación, logré darme cuanta que es difícil para todos. No sólo para nosotros. Con lo cual subí un escalón en la comprensión de mis chiquitos. Por un momento, creo haber logrado un estado de espiritualidad; que no es poca cosa.


Para Pao, te vamos a extrañar mucho.