Después de un año de mucho laburo, llegan las tan
ansiadas vacaciones. Uno está desesperado por llegar a este momento en el cual,
absolutamente engañado por los mecanismos de la mente, cree que va a descansar
y disfrutar como nunca y todos los problemas del año quedarán sepultados, por
esta construcción fantasiosa. En primer lugar, para los profesionales
independientes, se nos vuelve todo un tema, porque hay que pagar lo que uno
supuestamente va a disfrutar, y todo lo que queda en Buenos Aires (los fijos habituales,
incluido el consultorio), y obviamente no entra un mango. Con lo cual queda un
tomuer importante, que de alguna manera siempre se paga.
Se acercan las fiestas, el turrón,
las calorías, la lucha para que mi pulga
no se tire encima del arbolito de cuanta casa visitamos en todo el mes…y las
tan esperadas y temidas vacaciones. No
sólo el blog se toma unas vacaciones, sino que nosotros también partimos por
unos días buscando horizontes con menos piquetes y menos jefes. Y lo que hasta
hace no tanto tiempo (aunque parece de otra era geológica) era una ocasión para
el absoluto relax, hoy es una receta para el absoluto caos. Lo que antes era
“el día anterior preparo un bolsito y si me falta algo lo compro allá” hoy es
“falta un mes y medio para irnos y ya estoy estresándome pensando en cómo voy a
hacer para que en las vacaciones mi beba no se insole, no se indigeste, no se
aburra, no se le cambie el sueño, no se me pierda en un aeropuerto, no coma
demasiada arena y no me haga rogar volver a la oficina”.
El primer paso es lo concerniente a los preparativos.
En mi caso particular, mi mujer se encarga de la valija de ella y de los
chicos; y a mí me toca meter algo de ropa y un botiquín, que podría servir
para pasar un mes en el Amazonas,
amenazado por alimañas y animales a los que solo Indiana Jones sobreviviría. Toda
la papelería también queda bajo mi dominio, más el tema “auto”, que realmente
no es mi fuerte. Después de un año de desprecio absoluto por el vehículo, me
acuerdo el día anterior que, como debo llevar a la flía a la ruta, resultaría
prudente controlar las cubiertas. Obviamente siempre están bajas y desparejas;
y como ya no hay tiempo de soluciones reales, les pongo aire a full y que
aguanten. Como buen Pediatra, lo que siempre está impecable son sillita y
suplementos para niños. Y acá no es joda, no salgo de casa sin chequearlo.
Por suerte, por lo menos este año
coincidimos con EL en el período de vacaciones. Juro que es casualidad, aunque
mi marido dice que si EL hubiera decidido irse en junio, yo cancelaba todo y
tiraba 6 meses más con tal de no volver
a quedarme otra vez “despediatrada” en Buenos Aires. Yo me hago la superada y
digo que nada que ver, que soy perfectamente capaz de sobrevivir 15 días con el
pediatra suplente; pero la verdad que me acuerdo de lo que EL “me” hizo el año
pasado y me dan ganas de llorar. No sólo se fue en otro momento, haciendo que
los períodos de orfandad fueran dos (cuando EL estaba de vacaciones, y después
cuando me fui yo); sino que ni siquiera tuvo la delicadeza de irse a la costa
argentina, donde ante cualquier eventualidad yo hubiera podido enfermarle el
cerebro con mails, chats y llamados. El muy ingrato cargó a toda su familia,
apagó el celular, tiró bomba de humo y se metió 3 semanas en un barco en el
medio del océano!!! Obviamente dejó un suplente del que me recitó todas las
virtudes antes de irse; y obviamente al suplente no lo llamé ni media vez ¿qué
se creé? ¿que a mí me arregla con cualquiera?
Ahora empieza lo jugoso. Durante el mes previo a mi
salida, todos los padres me preguntan en caso de necesidad, a quién deben
concurrir (pregunta superlógica, diría el Indio Solari). Y otros a manera de
chiste (pero todo chiste se basa sobre una realidad inexpugnable) me dicen:
¡espero no tener que llamarte durante tus vacaciones! Y esta es de las
respuestas mías, que más placer me generan: ¡No creo que puedas hablar conmigo,
porque son mis vacaciones, y no voy a estar disponible! Tomááááááá! Te lo dije,
in your face! Y volviendo a una conducta un poco más polite, les digo: “en la
casilla de mensajes de mi celular dejo el teléfono del Dr. Pirulo, que es un
excelente médico (y realmente lo es, porque si no, no lo dejaría al cuidado de
mis pacientes). El mensaje dice claramente, comunicarse con el Dr. Pirulo, en
caso de urgencia. Y nuevamente volvemos a una disquisición filosófica sobre la
palabra URGENCIA. Para un Pediatra una urgencia es una convulsión, un cuadro
febril de difícil manejo, un broncoespasmo, etc. Y definitivamente no lo es, un
certificado de aptitud física, la elección del protector solar, corroborar si
el Nestum de maíz se puede dar a los 7 meses, la gran preocupación de los
padres durante el asado, LA MORCILLA, etc., etc., etc., etc., etc., etc., etc,
etc.
Obviamente una de las (millones de)
cosas que cambian cuando tenés un hijo es la elección del destino de las
vacaciones. Cuando estaba sola, me prendía al plan con amigas que más me
divertía; cuando conocí a mi marido, emprendíamos viajes en auto por algún país
interesante, parando dónde queríamos, comiendo cuando teníamos hambre y
eligiendo el hotel sobre la marcha. Ahora, con pulguita 1 en pleno terremoto de
año y medio y pulguita 2 en camino, la elección del lugar de vacaciones se
vuelve tema de conversación alrededor de mayo, y conlleva múltiples elucubraciones
sobre dónde es menos complicado sacar a pastar al monstruo. Por supuesto, los
viajes en auto quedan completamente descartados, y el hacernos los hippies y
comer y dormir cuándo, dónde y lo que pinte se transforma en una utopía. Las
opciones para irte de vacaciones con niños sin divorciarte, psicotizarte, o
terminar vendiendo al pendejo en el intento son llamativamente pocas,
llamativamente burguesas….y llamativamente caras.
¿Pero Uds. creen que esto termina acá? ¿El tipo baja
la cortina del consultorio, sale de vacaciones y se terminaron los pacientes?
Error! EL vive permanentemente la Pediatría, a cada instante. Porque no lo
puede evitar, quiera o no. Me voy de vacaciones a un destino donde está lleno
de compañeritos de escuela de mi hijo mayor. Con lo cual diariamente recibo
consultas sobre fiebre, picaduras, eczemas, quemaduras de sol, uñas encarnadas,
de los amiguitos de mi primogénito. Y obviamente de sus hermanos y cada tanto
de sus padres. Y todo de onda, 100%, buena onda. Cada tanto algún copado, me
invita un asadito ¡ya que me sacaste de este apuro! Pero la máxima fue el
verano pasado: ni bien entro al edificio, me cruzo con una cara conocida, que me
abraza y me larga todo un speach: “yo soy amigo de Fulanito, te estaba
esperando, no sabés lo que me paso! Bla, bla, bla. Y no confío en los sanatorios
de acá, no veía la hora de que llegues”. Casi sin dejar las valijas,
abandonando a mi mujer e hijos porque este monstruo me arrastraba hacia su
departamento para ver a su chiquito, me encuentro en un fastuoso hogar rodeado
de caras que nunca había visto. Reviso al niño, que obviamente no tenía nada
importante, y la madre le dice al padre (quien me arrió cual ternero
descarriado) “preguntále cuáles son sus honorarios” (¿y por qué no me lo dice directamente
a mi? ¿Ésta no habla con la plebe? ¿el dinero es un tema que a ella no le
concierne?) Entonces recibo la pregunta: “¿Qué te debo?” ¿Y el boludo que
contesta? Nada, no te preocupes, cualquier duda estoy en el departamento 602.
Vuelvo a casa con mi familia que había quedada sepultada debajo de las valijas,
y mi mujer me dice: “contame. ¿Qué pasaba?”; le cuento la historia, y para
terminar de ponerme el disfraz de salame, me dice “¿sabés quién es? Pepito,
vive en el Chateau de Libertador”. Y yo gratis, sin cobrar ni un asado, porque
no es amigo. ¿Pensás que me trajo a una botella de vino al 602? ¿Haberlo
atendido en cortos, desvaloriza la consulta?
Genial, ya decidimos a dónde nos
vamos, hicimos terapia individual y de pareja para poder tolerar el régimen
24/7 con nuestro adorable demonio de Tazmania, fuimos al consultorio de EL a
pedirle con lágrimas de despecho en los ojos que nos diga a quién recurrir en
su ausencia y a qué ignoto sanatorio del destino vacacional salir disparados si
pasa algo, y pateamos para adelante o le encajamos a otro todo tema laboral que
debía ser resuelto antes de nuestra partida. Ahora sólo falta hacer la valija.
Fácil. Solamente hay que poner ropa abrigada y ropa livianita (nunca se sabe
con este clima tan cambiante), todo en múltiplo de 3 de la cantidad de días que
nos vayamos, por las dudas que se enchastre; las cosas de “tocador” del bebé
(que te ocupan media valija), cosas de comida, también del bebé y también por
las dudas (te ocupan la otra mitad y si te las agarran en la Aduana te las
confiscan, te multan y con un poco de suerte vas en cana y podés descansar en
serio durante las vacaciones); y ahí más o menos ya estamos…ah, no…falta el
“botiquín” del pequeñito. Yo, que antes viajaba con los anticonceptivos y un
Tafirol (vencido); ahora tengo que transportar por el mundo un surtido
medicamentoso digno de un hospital de campaña, no vaya a ser cuestión que le
agarre algo y yo no consiga la única marca de Ibuprofeno que logro que mi beba
no escupa. Y allá vamos, bebé, papá y yo acompañados de Ibupirac en 2
presentaciones, Termofren, jeringas sin aguja para que tome el bendito
antitérmico, termómetro digital y de mercurio, reliverán niños, 2 aerocámaras
por si una se rompe, el remedio del broncoespasmo, el otro remedio del
broncoespasmo, el tercer remedio del broncoespasmo, la pastillita amarilla que
hay que darle día por medio, el Fluor aunque sólo tenga 2 dientes, el otro
cosito ese que no me acuerdo para qué servía, el hypersol para los mocos, el
hipoglós por si se paspa, y la otra crema, esa con vitamina nosecuánto por si
se paspa más, el antihistamínico por si se brota y algunos frasquitos más que
hay en el estante del armarito del pasillo, que no me acuerdo qué son, pero
para algo los habré comprado. Menos mal que sólo “descansamos” una vez al
año!!!!!
¡Qué tengan unas buenas vacaciones, y
nos leemos en marzo!