viernes, 30 de noviembre de 2012

Mami. Por Mami.


Más allá de estar plenamente convencida de que EL es el mejor pediatra del universo, los motivos por los que lo elegí y lo conservo no se limitan a lo estrictamente médico. Lo elegí, además, porque cuando lo conocí en la charla pre-parto me hizo reír; y lo conservo, además, porque nunca, jamás, en ninguna circunstancia, me dijo “mami”.
Ok, yo entiendo que nosotras no nos pasamos una cantidad de años estudiando cosas dificilísimas y palabras impronunciables, que no dormimos nunca en la guardia de un hospital público, que no sabemos la diferencia entre ibuprofeno y paracetamol (salvo que uno hay que dárselo cuando tiene más de 38 y el otro cuando tiene menos, o al revés); pero eso no necesariamente nos convierte en idiotas. Los ejércitos de mujeres que día a día nos sentamos frente a los escritorios de los Pediatras y Especialistas con el alma en un hilo para escuchar sus sabias palabras, y echamos raíces durante  interminables horas en sus salas de espera para que ellos, dioses del Olimpo, le toquen la pancita a nuestro bebé, somos en su mayoría por lo menos, seres pensantes. Es más, muchas somos profesionales, hicimos otras carreras en las que estudiamos cosas casi tan embolantes como las que estudiaron ellos, tenemos trabajos en los que damos instrucciones que otros acatan (no deberían, por lo menos en el puerperio), y somos capaces de leer un termómetro de mercurio sin colapsar. En resumen, estamos más o menos en el mismo eslabón de la cadena alimenticia que ellos (decir que somos de la misma especie sería mucho) ….entonces… ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por quéeeeeeee nos tratan como a descerebradas????.
Ok, admito que en ocasiones nos comportamos como tales, pero muchas veces es porque ignoramos cosas que para ellos son básicas, pero nosotras no tenemos por qué saber!!! Yo soy abogada, y creo que si le preguntara a alguno de los Especialistas cuál es la diferencia por ejemplo entre un recurso administrativo y uno judicial, harían agua igual que yo cuando ellos me dicen que hay que hacerle una “esofagogastrointestinal” a mi pulga, y no me dán ningún dato sobre qué vendría a significar eso.
Y la apoteosis del tratamiento condescendiente que nos dispensan los Pediatras y Los Especialistas, es la alocución “mami”, que va indefectiblemente delante o atrás de cualquier indicación, pregunta o comentario que nos dirijan. “Sacale la remerita, mami”, “mami, cuántas veces hizo caquita floja?”, “mami, dame la credencial que te hago una recetita”, “escuchame, mami, 2 gotitas por cada kilo del bebito, acordate, 2 gotitas, si pesa 8 kilos cuántas gotitas son?” 16!! Son 16 gotitas! No puedo diagnosticar el reflujo, pero la tabla del 2 te juro que la sé! Y puedo comprender el concepto de “2 gotitas” sin que me lo taladres. Es enervante, puedo bancarme, haciendo un esfuerzo, el abuso del diminutivo (los que son chiquitos son los pacientes, no necesariamente los sustantivos), pero el “mami” es más fuerte que yo, me brota.
Repito que EL es un “anti-mamista”…no te larga un “mami” ni a ganchos, lo cual contribuye mucho a que yo le pueda prestar atención al resto de lo que me está comunicando; pero ponéle que TU Pediatra muerde banquina y te trata de “mami” cada tanto…qué sé yo…medio que se la podés perdonar. Después de todo, si vos lo llamás a las 9 de la noche para decirle que te vas a Punta y querés saber si tu tesorito puede ser alérgico a las aguas vivas, lo mínimo que te merecés es que te diga “mami”. Pero cuando vas a lo de un especialista (ya hablaremos de ellos) es mucho peor, porque ahí no hay confianza. El flaco te vé una vez cada tanto y se cree con derecho a “mamiarte”.
No sé, capaz piensan que nos gusta, que como la maternidad es la plenitud de la mujer y todo eso para nosotras es un honor que nos digan “mami”. No podemos negar que el “mami” tiene (o tenía, antes de los 8 kilos mal distribuidos de los que hablábamos en el post anterior) una connotación de piropo albañileril, así que si andás muy necesitada de reafirmación podés interpretarlo como que te está diciendo que todavía estás buena. Pero a mí me suena a ninguneo.
Y ni intentes tratar de neutralizar el “mami” con un “doc” o algo así; porque te juro que les gusta!!! En donde les mandás un “doc” es clavado que el flaco se empieza a hacer el banana, te habla en tercera persona y ahí sonaste, la consulta se fue al tacho y no podés registrar una palabra más de lo que te está diciendo. He tenido que hacer ejercicios de respiración controlada para poder mantener el foco durante una conversación con especialistas mamieros, repitiendo el mantra “lohagopormihijalohagopormihijalohagopormihija”
No pretendo que me llamen por mi nombre –aunque si saben dónde queda el fémur deberían poder retener durante 10 minutos el nombre de la persona que tienen enfrente- pero, ¿no me pueden decir “señora”, “señorita”, “che”, “vos”, “flaca”, “gorda” o  cualquier otra cosa??? O, ¿por qué no?, simplemente “tenela así la ausculto”, sin aditivo alguno.

sábado, 24 de noviembre de 2012

El Pediatra y Los de Fuego. Por EL


Así como está Sandro y “sus nenas”, está el Pediatra y “sus mamis”. Podés ser alto, bajo, gordo, flaco, fachero, un espanto, con onda, un cero, pero siempre vas a tener un club de fans. Y en el momento que lo notás, pensás que sos un banana, el tipo más canchero del mundo. Ves un Pediatra en ese momento de su vida y se cree John Travolta en “Fiebre de sábado por la noche” (y si sos un toque más moderno en “Pulp Fiction”, ¡que peliculón!); le crece la solapa del saco, los pantalones se le hacen Oxford, se le desprenden unos botones de la camisa, baja lo bola de espejos, y sí señor, hasta te hace el pasito con el dedito arriba-abajo -o si es un grande de verdad, baila como en la escena con Uma Thurman: Pediatra que baila bien, y si encima cocina, hace un desastre!

Cuestión que el tipo se dá cuenta que tiene “onda”, y pasa a usar camisa de manga corta, obvio adentro del pantalón pinzado y con unos buenos náuticos -mi dios, qué pancho! Pasado ese momento, más de Johnny Allon que de Travolta, te das cuenta de que podés ponerle un poco de charme a tu look; que hay grandes diseñadores de ropa que le pueden dar un “algo” diferente. Entonces decís ¿por qué no? un pantalón de lino, una linda camisita manga corta (en el verano de Buenos Aires hace 200 grados) y AFUERA DEL PANTALÓN (¡por favor!) con un calzado acorde. Y ahí sí, querido, dejás de ser el Dr. Pancho.

Este cambio exterior, en general, está acompañado de uno interior, que se exterioriza de mil formas. Y una forma de manifestarlo es el lenguaje: en un principio, cuando El Agradable se apodera de tu persona y ante la avalancha de inseguridades, el modo es técnico, lo más preciso y medicamente correcto posible, con dificultad para exteriorizar sentimientos y sin posibilidad de exabruptos (léase malas palabras). Imagínense una charla con un adolescente que está de joda y no le interesa nada más que eso, diciéndole “debes cuidarte, no bebas alcohol, ni fumes, las drogas han sido creadas por el mismísimo demonio, cuando tengas relaciones usa siempre preservativo y hazlo sólo por amor, cuidarte es quererte, bla, bla, bla”, mientras el pibe está con el iPod a todo volumen, poniendo cara de “este salame que me va a decir a mí, si habla como mi abuela”. El contenido es súper válido, pero la forma de expresión es fundamental para hacer llegar el contenido a esa loca cabecita, que requiere otra cosa.

Y cuando un progenitor te pregunta algo que no sabés (que podés tranquilamente no saber), quedás regulando cual rastrojero, violeta de vergüenza, intentando elaborar un esbozo de respuesta, tartamudeando, al filo de decir una idiotez… pero siempre con una respuesta. ¡Qué bárbaro, mi Pediatra, sabe todo!; hasta que googlea la pregunta y quedás como un perejil atómico; y obviamente te enrostrarán el error cometido, por abrir la boca como un pez. Pero el momento de transformación, de metamorfosis, hacia la psicodelia setentosa de Jonnhy Tolengo, te encuentra canchero, mascando chicle, sabiéndotelas todas, opinando sobre todo (como “el Diego”); y en ese momento, ante la factibilidad incontrastable de Internet, te hace caer de un lugar muuuuuchoooo más alto, cual bungee jumping pero sin soga, pegándotela contra el duro asfalto. Y ese golpe acomoda un poco esa cancherez idiomática, llevándote a sacar a patadas a El Agradable y a Jonnhy (alter-egos sumamente detestables); y a empezar a procesar lo que vas a decir, desde un lugar intelectual y afectivo cierto y honesto; llegando a emocionarte por cosas lindas y feas (que las hay, y muchas). Simplemente volvés de un viaje interior, que te permite darte cuenta que no hay cosa más válida que ser auténtico, real. ¿100% honesto? De ninguna manera, porque estaría haciendo crucigramas y no dejando a 4 o 5 pacientes esperando mientras aprovecho este ataque de inspiración. ¡Chau, hasta la próxima, porque sino los padres de Sofía, me van a matar!



jueves, 15 de noviembre de 2012

El Triángulo de los Pañales. Por Mami


Ya algo esbozamos sobre la complejidad inherente a la relación con TU Pediatra. Hoy  vamos a profundizar sobre una de las muchas razones por las cuales la dinámica con EL no es tan sencilla como, digamos, la relación con tu dentista: el padre de la criatura. ¿Por qué? porque salvo que seas madre soltera (lo que facilita mucho algunas cosas), o que tu pareja sea otra mujer (en cuyo caso ambas sufrirán el SEP con la misma intensidad y sin conflicto); el señor que puso la semillita siempre termina siendo una especie de tercero en discordia.
Seamos sinceras, por mucho que adores a tu marido, para lo único que querés que te acompañe a la consulta con TU Pediatra, es para llevarte el bolso de los pañales e ir a estacionar el auto –o a lo sumo, para entretener al monstruo mientras vos tratás de retener todo lo que EL te está diciendo. Pero la verdad es que no dá para decirle que te banque en la sala de espera, no porque a vos no te guste la idea, sino porque por más que EL tenga una secretaria tetona… Papi no va a querer quedar al margen: él tiene su dignidad de padre y tiene que entrar a preguntar pavadas peores que las tuyas, y a dar sus puntos de vista, siempre inconsultos, sobre la evolución de la tos del chiquitín.
Mayormente, lo que mueve a Papi a levantar el traste de su oficina un miércoles a las 15.40, y acompañarte a llevar al personajito al Pediatra es… Los Celos. Sí, no te rías, tu marido le tiene celos al Pediatra. No es que piense seriamente que te lo querés levantar –cuando se trata de la salud de tu pichón no registrás si quien le está mirando los oídos tiene la cara de George Clooney o la de George Washington- ni mucho menos que EL te quiere levantar a vos (con los 8 kilos mal ubicados que te quedaron del embarazo, y el constante desequilibrio emocional que exhibís en su presencia); sino simplemente que intuye que no podés vivir sin EL, lo cual es enteramente cierto y no tiene sentido negar, como ya explicamos.
Hay que reconocerle a Papi que sus celos con respecto al Pediatra son un poco culpa de EL. La mayoría de los Pediatras (así como la mayoría de los obstetras) le habla solamente a la mamá (o embarazada), casi como si el padre fuera un holograma. Desconozco los motivos por lo que esto ocurre, pero el hombre –que en la sala de espera todavía conserva cierta entidad- entra al consultorio y automáticamente es ignorado por su mujer, por el Pediatra, e incluso por el bebé. Papi queda paradito ahí, en su personificación de perchero y nadie se percata de su presencia hasta que pregunta alguna boludez como hacerse notar, y alguno de los 2 adultos involucrados le contesta con un monosílabo, sólo para automáticamente seguir todos en la suya.
Vos, ante las escenitas de celos de tu maridos, podés reaccionar de varias maneras, dependiendo de tu propia inestabilidad mental: (i) si sos medio perra o pensás que él te caga con su secretaria, lo incentivás para que crea que de verdad hay algo (de esa manera, como beneficio colateral, te asegurás tener chofer para todas las consultas); (ii) si el puerperio te pegó mal, armás un escándalo lacrimoso porque tu marido no confía en vos e insinúa que sos medio rapidita; y  (iii) si sos una persona más o menos razonable…lo ignorás olímpicamente, porque con todo lo que tenés entre manos te dá fiaca dedicarle energía a tratar de que tu marido comprenda lo que para vos, tu hermana, tu vieja, y tus amigas es obvio: que ese señor no es para vos un hombre, sino, como dice mi mamá que es medio espamentosa: un ángel de la guarda.
Pero convengamos que por más que te hagas la superada, la ofendida o lo que quieras, tu media naranja algo de razón tiene. Vos, en más de una ocasión hubieras dado la mitad de tu licencia por maternidad por estar casada con EL. De nuevo quiero aclarar que no se trata de atracción, no hay nada menos erótico que discutir sobre si la caquita es verde o más bien tirando a amarilla; pero saquémonos las caretas ¿de qué nos sirve un abogado, un arquitecto o un ingeniero cuando nuestro hijo tiene fiebre a las 3 de la mañana?. Exacto, de nada, encima se pone nervioso y tenés que lidiar con 2 criaturas alteradas.
Creo que la mejor forma de explicarlo es la analogía con el embarazo: ¿quién no quiso, en algún momento de su primer trimestre comprarse un ecógrafo para asegurarse que la arveja humana que tenía adentro seguía latiendo??? Bueno, con el Pediatra pasa más o menos lo mismo, pero como no queda bien (y es ilegal) comprarte un Pediatra, por momentos te reprochás el no haber ido a buscar novio a la puerta de la facultad de medicina; con lo fácil que te hubiera resultado en ese momento, usando toda la influencia sobre los hombres que tenías a los 23 años (que 10 años y 10 cms de diámetro de cadera más tarde, ya no tenés), conseguir que el candidato te cumpliera el caprichito y siguiera la especialización en Pediatría.
La realidad es que por lo que dicen mis amigas solteras, la calle está dura; y si tuviste la suerte de conseguir un marido –o concepto asimilable-, que te banque durante todo el embarazo, que no salga corriendo durante la licencia, ni la lactancia, ni la evolución de la cesárea, deberías darle prioridad a sus sentimientos. Pero la verdad…es que no tenés la menor intención de hacerlo. En relación a esta lucha desigual, yo siempre me acuerdo del capítulo de Los Simpson en el que Marge le dice a Homero “No me hagas elegir entre mi hombre y mi dios, porque perderías…”: reemplacemos “dios” por “Pediatra” (y “mi” por “MI”), y tenemos un panorama cercano de las posibilidades de éxito que tiene tu cónyuge con sus planteos.
Igual, este post tiene un final feliz: después de un par de meses, tu marido se dá cuenta de lo infantil de sus celos (básicamente porque todavía no bajaste los 8 kilos ni se te acomodaron las hormonas, y se convence de que no hay ninguna posibilidad en el mundo de que EL te tire onda); y empieza de a poco a darse cuenta que detrás de esa fachada profesional hay un tipo de carme y hueso que te soporta tan poco -y te sufre tanto- cómo él, y que con lo desquiciada que estás no te tocaría ni con un puntero laser. Por suerte, en mi caso particular mi marido ya está en la etapa de decir que “es un fenómeno”, y lo único que no le gusta de EL es que sea de Boca.

viernes, 9 de noviembre de 2012

La Guerra y la Paz. Por EL.


Retomemos la relación médico-paciente, combinada con la notable influencia que ejerce la modalidad de la medicina de las Obras Sociales y Prepagas.
La llamada realizada por la MPC, bajo la presión insostenible que le generan abuelas, tías, marido, etc. para preguntar sobre la cocción del zucchini, abre la puerta a un sinfín de situaciones que quedan legitimadas por la respuesta de EL a esta urgencia culinaria. El razonamiento sigue más o menos esta línea: “si llamamos para preguntar sobre la inmortalidad del tomate y me contestó, ¿por qué no lo haríamos desde la farmacia para saber cuál de los repelentes es el mejor para mi amorcito?”.
Pero esto, al lado de las experiencias que debemos vivir los Pediatras en nuestra práctica diaria, es NADA. A continuación les cuento algunitas, nomás:
Cuando el padre del paciente le dice al pobre Pediatra de guardia, en un momento de conflicto, “yo te estoy pagando el sueldo”: de esta frase surge la verdadera historia del Increíble Hulk. Al escuchar esto, súbitamente el profesional, universitario, empieza a repetir sin parar, en forma compulsiva y aumentando de tono progresivamente: “¿Ah,  sos VOS el que me paga este miserable sueldo? Entonces con vooooos quería hablar!!!!!”. Sus ropas empiezan a razgarse y la transformación comienza, sin vuelta atrás, sin atenuantes; el padre sale despedido por la puerta del consultorio de guardia, y su hijito corriendo detrás y gritando: “mi papá es un superhéroe, puede volar”.
En otras ocasiones puede resultar aun más dramático: cuando el nóvel Pediatra se ve atemorizado por el carnet de OSDE 450 o Galeno Oro, y el terror a ser despedido por el sanatorio, que siempre prioriza la buena relación con el paciente antes que defender al profesional que en él trabaja. Patético. Y le hace la receta para un tratamiento crónico a las 4am, sólo porque al señor con su tarjetita poderosa, se le ocurrió que era un horario apropiado para ir a la guardia a realizar este trámite, que debería resolver con su Pediatra de cabecera.
Y ya que estamos con las guardias, que cosa más irritante cuando a las 2 de la madrugada caen esos melosos padres primerizos con su hijito de año y pico, porque tiene mocos y no puede dormir bien, y lo ponen al pobre pibe como un payaso a hacer todas las monerías que sabe hacer, mientras ellos festejan como si hubiese ganado el Premio Nobel en Física Cuántica. Y uno, que tal vez se había acostado hace 25 minutos muerto por laburar desde las 8 de la mañana sin parar en ese bendito nosocomio, ahí sentado, , casi sin poder abrir los ojos, con humor de perros y escuchando como hace el guau guau, la vaquita, el gato, el ico ico y toda la fauna, en la voz y el talento del futuro Einstein.
No me quiero imaginar a esos padres ante la situación del primer informe del Jardín, buscando entre las 5 hojas (con un detalle que asombra: área del desarrollo, área del lenguaje, vínculo con sus compañeros y con los docentes, bla, bla, bla) dónde está la palabra GENIO. Y la desilusión, tan espantosa, casi una humillación… el nene no es un pichón de superdotado, que va a cambiar la historia del mundo. “Pero si cuando nosotros le decimos “a la una, a las dos y a las…” él dice “tres”. ¿No se dan cuenta?”
Otra situación irritante, que no la cura ni toneladas de Hipoglos, es cuando llegan 2 o 3 hermanitos, al consultorio,  acompañados de una madre sobrepasada por la vida ó bajo los efectos de un cóctel de ansiolíticos; y los pibes te descontrolan el consultorio, ante la impávida mirada de la ameba que se desparrama en la silla enfrente tuyo. Esta situación, que me ha generado las más disímiles respuestas (dependiendo claramente de mi estado de ánimo, paciencia y relación con el tándem madre-pacientes), he llegado a hablarla en terapia, para escuchar la vos de un profesional que me guíe para frenar el impulso que viene desde lo más profundo del consciente, inconsciente, etc, etc, de asesinar a niños y madre. Y la palabra autorizada  me dice: es un buen momento para observar la dinámica familiar. Noooooooooo, me quiero morir. Yo  lo único que pienso es cuándo se van a ir estos densos y ojalá no vuelvan nunca más; por qué me habrán elegido a mí, habiendo tantos Pediatras en esta ciudad, tantos que son mucho mejores profesionalmente y hasta humanamente, y los tengo aquí, frente a mí… yencima tengo que observar la maldita dinámica de la familia!.
Las conductas de los hijos de las madres empastadas llegan a situaciones inverosímiles. Días atrás en la sala de espera del consultorio (que obviamente comparto con otros médicos, ya que la fortuna que ganamos, no nos permite atender en soledad), entra una señora bien de Recoleta, con sus mellizos de unos 2 años y tanto, obviamente con la empleada (ya que no va sola con los niños ni al baño); y los pibitos empezaron a golpear frenéticamente un ventanal. Ante la pasividad de la madre, tuve el tupé de decirles que dejaran de realizar esa conducta peligrosa para la salud de esos dos monstruitos y del resto de los niños, que sin quererlo podrían ser alcanzados por un vidrio. Y la madre, ante la voz masculina que ponía límites a sus pobres angelitos, despertó del efecto del clonazepam, y me dijo que ella determinaba qué podían hacer sus bebitos (sic). Obviamente mi respuesta echando humo por la nariz, fue que en su palacio estilo francés, era así. Pero en este sagrado lugar, NO. Chan!
Con todo esto parece que se trata, casi, de una guerra con los pacientes y sus progenitores. Pero la realidad es que la gran mayoría es gente que, de algún modo, tiene puntos de conexión con la personalidad del Pediatra, por lo que se genera un vínculo que muchas veces se vuelve de un afecto recíproco muy gratificante. Uno realmente tiene mucho aprecio por chicos y padres, y realmente se involucra de una manera muy intensa con el crecimiento y la crianza de estos chiquitos. Y obviamente se preocupa y compromete cuando tienen algún padecimiento.

viernes, 2 de noviembre de 2012

La MPC y su SEP. Por Mami.


Muy bien, lograste sobrevivir al embarazo: a la ansiedad, al miedo, a las náuseas, a las pérdidas, a los calambres, al hambre, al sueño, a la balanza, al monitoreo, a los tactos,  al nacimiento, al susto de ver a tu bebé con ese color tan poco marketinero,  y al tiempo interminable que te dejan en una camilla y se llevan al fruto de tu vientre a hacerle quién sabe qué maldades. Estás incómodamente instalada en la cama de la clínica, se abre la puerta y ahí…en una mantequera rodante, ingresa el sujeto que te pasaste 9 meses fabricando: Tu Hijo. La nurse (nunca se te había ocurrido, pero resulta que “enfermera” y “nurse” son dos conceptos muy diferentes) te entrega el paquete y te dice “andá prendiéndolo a la teta, mami”. Y ahí, con el primer “mami” que te endilgan, y la primera referencia a tus tetas como si fueran de dominio público, te das cuenta de que SOS MADRE.
Hasta que pasa un rato más, y el angelito no se prende a ningún lado; y vos estás desesperada porque leíste en la revista de la sala de espera del obstetra que si no le dás de mamar en la primera hora de vida, a tu hijo le van a pasar un montón de cosas malas y vos le vas a tener que pagar el psicólogo. En ese momento caés en la cuenta de algo mucho más importante aún que lo anterior: que sos MADRE, sí…pero MADRE PRIMERIZA.
Están las madres, están las madres primeriza, y también estamos nosotras, una clase de madre primeriza especial: la que no se hace, NACE. Para nosotras, el ser primeriza no es resultado de haber tenido nuestro primer hijo, sino que viene en los genes, y si te tocó ser madre primeriza congénita (MPC), mala suerte para vos, para todos los que te rodean, para tu bebé, y fundamentalmente para EL. Así como hay madres que tienen su primer bebé y al mes le están cambiando el pañal en la cola del super, arriba de un pack de Coca light sin que se les mueva un pelo; hay otras madres que ya van por su segundo o tercer pibe, y siguen tratando a sus hijos como si fueran de nitroglicerina; muriéndose de culpa por todo lo que hacen y dejan de hacer, y enfermándole la cabeza al mundo entero, con especial énfasis en el Pediatra.
Mis primeros meses como MPC fueron dignos de una película de Tarantino (pero en lugar de sangre, el elemento principal era leche materna). El tan liviano “que se vaya prendiendo a la teta” no estaba funcionando, y, obviamente, toda mi ansiedad recaía en EL (porque mi marido no me bancaba más y a diferencia de EL, me lo podía decir). Pobre tipo, le escribía para contarle que había logrado sacarme 20 ml, que se había saltado una toma, que no la podía despertar para darle, que después no la podía dormir, que si 10 minutos de cada lola estaba bien o era poco, que si alguna marca de bolsitas para la leche era mejor que otra, que cada cuánto tenía que esterilizar el sacaleche, que si podía guardar la mamadera en el mismo estante de la heladera que el dulce de membrillo…y así más o menos transcurrió mi licencia por maternidad hasta que la reinserción laboral me devolvió apenas un poco de perspectiva.
Como buen caballero, EL tuvo la delicadeza de nunca recordarme mi etapa oscura, de no reírse en mi cara (ahora sí lo hace, y mucho), de no preguntarme si era tarada o me hacía, y de no revelarme que no podía creer que no me rajaran del laburo siendo tan idiota.
A simple vista resulta difícil entender como una mujer grande, segura, profesional, independiente, psicoanalizada, y lo suficientemente valiente como afrontar que la corten al medio para sacarle una sandía móvil de sus entrañas, puede transformarse en semejante boluda, y depender tanto de la opinión de EL para cualquier cosa mínimamente relacionada con dicha sandía. Pero si profundizamos un poco, la explicación salta a la vista. Toda MPC va desarrollando con SU pediatra el vínculo que dá nombre a este blog: el Síndrome de Estocolmo Pediátrico (SEP). El síndrome de Estocolmo es una reacción psíquica en la cual la víctima de un secuestro desarrolla una relación de complicidad, dependencia, gratitud, identificación, y hasta afecto con quien la ha secuestrado. Si sos MPC, con TU pediatra te une, inevitablemente, el SEP: una dependencia enfermiza, patológica y parasitaria por alguien que en el fondo no te bancás.
Por definición, todas las madres deberíamos odiar a los médicos de nuestros hijos. Después de todo, ese es el tipo que te reta sin parar, te dá órdenes que son la mitad de las veces incomprensibles, y la otra mitad incumplibles, te manda a pinchar a tu angelito, y –por si todo lo anterior fuera poco- te somete a la arbitraria tiranía del “percentilo”, que te mata de ansiedad antes de la consulta, y de culpa después. En otras palabras, en el fondo de tu alma querrías que el pediatra no exista, porque más allá de decirte mes a mes el peso, altura y diámetro de la cabeza de tu heredero (que, seamos honestos, cualquiera de nosotras con un centímetro de costurero podríamos obtener, y es relativamente neutro) generalmente es el que te dá malas noticias. Pobre, no es su culpa, pero salvo que se trate del “control”, solamente lo ves cuando algo no anda del todo bien.
Querrías que no exista, sí pero de sólo pensarlo te hiperventilás, porque vos, pobre MPC, no podés vivir sin EL.