Muy bien, lograste sobrevivir al embarazo: a la ansiedad, al miedo, a
las náuseas, a las pérdidas, a los calambres, al hambre, al sueño, a la
balanza, al monitoreo, a los tactos, al
nacimiento, al susto de ver a tu bebé con ese color tan poco marketinero, y al tiempo interminable que te dejan en una
camilla y se llevan al fruto de tu vientre a hacerle quién sabe qué maldades.
Estás incómodamente instalada en la cama de la clínica, se abre la puerta y
ahí…en una mantequera rodante, ingresa el sujeto que te pasaste 9 meses
fabricando: Tu Hijo. La nurse (nunca se te había ocurrido, pero resulta que
“enfermera” y “nurse” son dos conceptos muy diferentes) te entrega el paquete y
te dice “andá prendiéndolo a la teta, mami”. Y ahí, con el primer “mami” que te
endilgan, y la primera referencia a tus tetas como si fueran de dominio
público, te das cuenta de que SOS MADRE.
Hasta que pasa un rato más, y el angelito no se prende a ningún lado; y
vos estás desesperada porque leíste en la revista de la sala de espera del obstetra
que si no le dás de mamar en la primera hora de vida, a tu hijo le van a pasar
un montón de cosas malas y vos le vas a tener que pagar el psicólogo. En ese
momento caés en la cuenta de algo mucho más importante aún que lo anterior: que
sos MADRE, sí…pero MADRE PRIMERIZA.
Están las madres, están las madres primeriza, y también estamos
nosotras, una clase de madre primeriza especial: la que no se hace, NACE. Para
nosotras, el ser primeriza no es resultado de haber tenido nuestro primer hijo,
sino que viene en los genes, y si te tocó ser madre primeriza congénita (MPC),
mala suerte para vos, para todos los que te rodean, para tu bebé, y
fundamentalmente para EL. Así como hay madres que tienen su primer bebé y al
mes le están cambiando el pañal en la cola del super, arriba de un pack de Coca
light sin que se les mueva un pelo; hay otras madres que ya van por su segundo
o tercer pibe, y siguen tratando a sus hijos como si fueran de nitroglicerina;
muriéndose de culpa por todo lo que hacen y dejan de hacer, y enfermándole la
cabeza al mundo entero, con especial énfasis en el Pediatra.
Mis primeros meses como MPC fueron dignos de una película de Tarantino
(pero en lugar de sangre, el elemento principal era leche materna). El tan
liviano “que se vaya prendiendo a la teta” no estaba funcionando, y,
obviamente, toda mi ansiedad recaía en EL (porque mi marido no me bancaba más y
a diferencia de EL, me lo podía decir). Pobre tipo, le escribía para contarle
que había logrado sacarme 20 ml, que se había saltado una toma, que no la podía
despertar para darle, que después no la podía dormir, que si 10 minutos de cada
lola estaba bien o era poco, que si alguna marca de bolsitas para la leche era
mejor que otra, que cada cuánto tenía que esterilizar el sacaleche, que si podía
guardar la mamadera en el mismo estante de la heladera que el dulce de
membrillo…y así más o menos transcurrió mi licencia por maternidad hasta que la
reinserción laboral me devolvió apenas un poco de perspectiva.
Como buen caballero, EL tuvo la delicadeza de nunca recordarme mi etapa
oscura, de no reírse en mi cara (ahora sí lo hace, y mucho), de no preguntarme
si era tarada o me hacía, y de no revelarme que no podía creer que no me
rajaran del laburo siendo tan idiota.
A simple vista resulta difícil entender como una mujer grande, segura,
profesional, independiente, psicoanalizada, y lo suficientemente valiente como
afrontar que la corten al medio para sacarle una sandía móvil de sus entrañas,
puede transformarse en semejante boluda, y depender tanto de la opinión de EL
para cualquier cosa mínimamente relacionada con dicha sandía. Pero si
profundizamos un poco, la explicación salta a la vista. Toda MPC va
desarrollando con SU pediatra el vínculo que dá nombre a este blog: el Síndrome
de Estocolmo Pediátrico (SEP). El síndrome de Estocolmo es una reacción
psíquica en la cual la víctima de un secuestro desarrolla una relación de
complicidad, dependencia, gratitud, identificación, y hasta afecto con quien la
ha secuestrado. Si sos MPC, con TU pediatra te une, inevitablemente, el SEP:
una dependencia enfermiza, patológica y parasitaria por alguien que en el fondo
no te bancás.
Por definición, todas las madres deberíamos odiar a los médicos de nuestros
hijos. Después de todo, ese es el tipo que te reta sin parar, te dá órdenes que
son la mitad de las veces incomprensibles, y la otra mitad incumplibles, te
manda a pinchar a tu angelito, y –por si todo lo anterior fuera poco- te somete
a la arbitraria tiranía del “percentilo”, que te mata de ansiedad antes de la
consulta, y de culpa después. En otras palabras, en el fondo de tu alma
querrías que el pediatra no exista, porque más allá de decirte mes a mes el
peso, altura y diámetro de la cabeza de tu heredero (que, seamos honestos,
cualquiera de nosotras con un centímetro de costurero podríamos obtener, y es
relativamente neutro) generalmente es el que te dá malas noticias. Pobre, no es
su culpa, pero salvo que se trate del “control”, solamente lo ves cuando algo
no anda del todo bien.
Querrías que no exista, sí pero de sólo pensarlo te hiperventilás,
porque vos, pobre MPC, no podés vivir sin EL.
Brillante, Mami! Un poco ácido, pero menos que el ácido fólico.
ResponderEliminarTe acompaño en el sentimiento estocólmico, tas en el horno!
Y esto recién empieza. Gracias, M. Beso. Mami
ResponderEliminarbuenisimo!!!
ResponderEliminarpura y cruel realidad>!!!
Saludos
Muchas gracias. Pura, cruel...e inevitable! Saludos. Mami
EliminarMuy divertido y muy bien escrito!
ResponderEliminarMuchas gracias, EliMSha. Veo por tu comentario al último post de EL que integrás las lides de MPC con SEP; así que bienvenidas todas las anécdotas!!. Saludos. Mami
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